“Resulta raro la primera vez. Tu máscara, el incómodo equipo, un poco pesado. Te relajas en el agua y sumerges la cara. Inhalas; el aire sale con un silbido reconfortante y, por primera vez, respiras bajo el agua.”
Todo empezó en el 2012. El Departamento de Bienestar de mi universidad, en su intento de promocionar sus actividades, y en mi primiparada de querer aprovechar todo lo que me ofrecían, sin saber lo que me esperaba en las materias, resulté tomando el curso de buceo. La primera parte, de clases teóricas y práctica en piscina, la cubrían ellos, la segunda (y más costosa) parte, de inmersiones en aguas abiertas, la cubría el estudiante.
Como buen primíparo, no terminé el curso, y no me volví a inmiscuir jamás en un tema de buceo, salvo una inmersión de principiante que hice en México con mi hermana, en un ecosistema natural muy bonito y único del país llamado cenote, en uno llamado Calcuch (del cuál no existe un registro fotográfico), que igual era el equivalente a bucear, pero no era lo mismo. ¿Por qué? Los cursos de principiantes son muy prácticos, no lo puedo negar, pero pierdes mucha autonomía bajo el agua, lo que no te deja concentrar en el paisaje.
Con la pandemia, el encierro, el desempleo, el despecho y más cosas malas que a todos nos sucedieron en el 2020, me dije a mi mismo que en el 2021 no perdería un solo segundo de mi tiempo. Diez días después de esa promesa personal, me estaba contactando con Max, dueño de Poseidon Dive Center en Taganga, para concretar el viaje de buceo.
Un dolor de garganta, una tormenta en Bogotá el día de mi salida y la posibilidad de una cuarentena en Santa Marta estuvieron a punto de amargar el viaje. La ambición lo puede más, así que, el 19 de marzo tomé mis maletas, me puse mi tapabocas y, luego de un año, me subí en un avión rumbo a Santa Marta. El 20 de marzo estaba en Poseidon, recordando cómo montar el equipo de buceo, como mantener una posición de flotabilidad en el agua y como responder a un escenario de falta de aire del tanque, mientras conocía a Susana, mi instructora de buceo, y a César y Carlos, mis compañeros de aventura.
Ese día fueron cuatro horas de práctica en piscina, dos horas de teoría (aparte de las horas en que me leí el libro), un examen y varias risas a medida que íbamos progresando en las lecciones. Era el 20 de marzo a las 8 AM, todo estaba listo, equipo montado, el traje (con esfuerzo) bien puesto, nos vamos a bucear. Morrito Largo es el sitio donde voy a bucear por primera vez.
El bote del domingo, camino a Morrito Largo
Entré con el equipo al agua desde el bote, que es la idea más práctica posible (ponerse el equipo en el agua requiere mucho esfuerzo, pero es necesario saberlo), Susana nos indica que debemos descender, y es ahí, después de ocho años, un largo viaje, y de estar en uno de los mejores sitios para turistear en Colombia, donde se sabrá que valió la pena todo, ocho años que casi se van al traste gracias a que me dio un (y de antemano, pido disculpas al lector, recordar ese momento amerita la grosería) hijueputa ataque de pánico por primera vez en la vida.
Desinflé el chaleco dos veces, y dos veces lo volví a inflar al ver que no podía bajar más de un metro bajo el agua. Por alguna razón, mi mente no asimilaba que, por los siguientes minutos, íbamos a respirar por la boca, pero, mi cuerpo me forzaba a respirar por la nariz (algo imposible por la silicona de la máscara), me desesperaba, y tenía que subir. El buceo se trata de muchas cosas, y una de ellas son los compañeros, si César no me hubiese dado las palabras de aliento que me dio en ese momento, probablemente no habría podido afrontar mi ataque de pánico de la misma manera. Se interesó genuinamente en mí, y me dio el empujón que necesitaba para continuar.
César y yo buceando y posando
¡Y se logró la inmersión! Superado el miedo, cuerpo y mente asimiló todo lo que necesitaba para descender los 12 metros de mi primera vez buceando, y ese minuto que duró mi episodio de pánico no fue nada frente a todo lo que viví en mis cuatro inmersiones del viaje. Los inconvenientes no faltaron: tragar agua (mucha) de mar, el tanque de aire se salió de mi chaleco un par de veces por un error que cometí en el montaje del equipo, mantener la flotabilidad las primeras veces es difícil, por lo que uno se suele golpear o desacomodar mucho, entre muchas otras, y lo bueno de esto es que ninguna representó malestar alguno, al contrario, hizo parte del anecdotario del camino de regreso a la playa.
La flotabilidad es difícil mantener, una vez lo logras, se vuelve muy cómoda la experiencia
Las inmersiones duran menos de lo que el lector puede estar pensando. Las nuestras no duraron más de 35 minutos cada una. Cada minuto es oro y tiene que ser aprovechado al máximo posible. En nuestro caso, debíamos realizar los ejercicios técnicos para lograr la certificación, unas pruebas más difíciles que otras, y mientras las hacíamos, no podíamos evitar “reírnos” mientras íbamos progresando bajo el agua, y luego de esto, pudimos apreciar todo tipo de paisajes, ecosistemas marinos y animales de muchos colores y variedades: las morenas que se entierran en la arena, los corales que se elevan y se exhiben bajo el agua, y muchos cardúmenes de pescados que no alcanzaría a mencionar.
Bucear se trata de compañeros, se trata de reír, se trata de vivir una experiencia única, que por más que la repitas, nunca va a ser suficiente. Pero, bucear se trata también de reunirte contigo mismo. Es imposible hablar bajo el agua, lo haces por medio de señas, y gracias a esto, el silencio y la tranquilidad debajo del agua, mezclado con el reconfortante ruido de las burbujas cuando respiras, lo vuelve un des-estresante efectivo. Lo anterior te brinda una claridad mental tal, que cuando sales del agua, te sientes tan renovado, que lo único que deseas es repetir mil veces la experiencia.
Por último, cierro esta entrada con un reconocimiento y apreciación a todos los que hicieron parte de esta aventura: Max y el Poseidon Dive Center, por abrirme sus puertas a vivir esta experiencia, a Susana, mi instructora, por ser la mejor en lo que hace, y a mis compañeros de aventura César y Carlos, por soportarme en esta inolvidable experiencia de hacer algo por primera vez en la vida.
¡Felices burbujas para todos!
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