A mí, como a muchos otros, me encanta la farándula. En muchos comercios y espectáculos se solía hacer anuncios bajo la premisa “como usted lo vio en televisión”, así me pasa a mí, ver a una persona, o un lugar, o un hecho que previamente salió en pantalla, o en alguna red social, es algo que me logra emocionar, en esto ayuda que mi rutina favorita en el día a día es estar enterado de cosas. Y gracias a las casualidades, he podido ver muchos sitios, hechos y personajes, me voy a centrar en estos últimos, como presidentes de varios países, artistas, políticos, altos funcionarios, periodistas, premios nobel, cantantes, modelos, deportistas, de todo un poco.
Aquí he de confesarme que han sido encuentros en los cuales he actuado, la mayoría de las veces, con bastante estupidez. Por ejemplo, yo conocí en el 2015 al entonces senador Iván Duque en una ponencia sobre una reforma tributaria, al final del evento lo abordé y le dije que, a pesar de estar en orillas distintas del pensamiento, me parecía que era una persona muy inteligente, después de eso compartimos un par de ideas y se fue. A mí no se me pasaba por la cabeza que ese inteligente senador resultaría siendo el peor presidente de la historia de Colombia (después de Pastrana).
Este hecho ilustra un punto y es lo efímero que suele ser un encuentro con algún personaje. Y sí, puede que tengan el ego por las nubes, pero algo bueno deben tener por el hecho de estar en la agenda pública todos los días. Todos tenemos un ídolo o más a quien admiramos, del cual replicamos algún hábito o formamos una opinión basada en sus pensamientos, y no tiene nada de malo el querer cruzarse con ellos alguna vez, sin embargo, ¿a cuántos ídolos de su vida han conocido? ¿con cuántos tienen fotos? Después de la foto, ¿consideran que han sido encuentros memorables? O ¿sólo es una foto más en una galería de fotos que no vuelven a ver?
Vine a reflexionar acerca de esto mucho tiempo después. Un día me crucé en el aeropuerto con el bangladés Muhammad Yunus, premio nobel de paz y una persona que admiro un montón. Apenas lo vi, mi primera reacción fue tomarme una selfie borrosa más a mi lista, la cuál es muy probable que volveré a ver una o dos veces más en mi vida. Lo abordé, lo saludé, me tomé la foto, y se acabó lo que fue un encuentro insignificante para la vida de ambos. Pero la vida me dio una segunda oportunidad, pues me lo volví a encontrar en un ascensor, y, como ningún miembro de su escolta sabía hablar inglés, con gusto lo asistí para encontrar su puerta de embarque, que resultó siendo la misma a la que yo iba, en el camino compartimos unos buenos comentarios y sellamos el encuentro con un cordial apretón de manos. Se resignificó el momento con un ídolo, yendo mas allá de una foto.
En esa ocasión, yo iba para el mundial de Catar 2022, y ese encuentro previo me puso a pensar en lo excesivo e insignificante que es tomarse tal cantidad de fotos con personajes por los que se tiene algún grado de admiración. Yo decidí mermar ese comportamiento, tanto con las experiencias que viviría como con los personajes que me podría topar, sencillamente porque habría sido incómodo e insignificante, tanto para ellos como para mí. Fue una buena decisión, me dediqué a hacer preguntas y generar buenas conversaciones con gente, y dejé de lado el saturar mi galería de fotos que no volveré a ver. También me di cuenta de otra cosa, y fue el normalizar a mucha de la gente reconocida que uno ve, sean ídolos o no. Como me concentré más en hacer preguntas y menos en la farándula, descubrí que el 99 % de las y los cronistas deportivos son gentes muy aburridas (a excepción de Tito Puccetti, que me pareció muy interesante).
Este fin de semana en la Feria del Libro repetí el ejercicio. Tuve que compartir fila 15 minutos con un senador que, hasta el fin de semana, me parecía de los más inteligentes y berracos del país, y resulta que es un tipo tan aburrido que, a pesar de que yo creo que soy un buen conversador, no logré charlar más de dos minutos con él. Atrás de él estaba su suegro, que retomó mis preguntas y me enseñó mucho en ese tiempo, por lo que sospecho que todo el conocimiento que el senador dice tener tan solo es un libreto que su suegro aparentemente le fabrica, pienso yo. Más tarde ese día, vi a Daniel Samper Pizano firmando libros, y, mientras el 99 % de la gente iba por la foto que publicaría en redes y olvidaría a los pocos días, yo me concentré en alguna pregunta que le sacara buenas palabras al viejo. Al final fue un encuentro espectacular y una charla muy amena que tuvo que ser interrumpida por la gente de logística para que siguiera fluyendo la fila, y todo esto se logró gracias a liberarme de la presión que implica tomar una buena foto.
Tomar fotos está muy bien, yo lo disfruto mucho, así sea pésimo haciéndolo, pero el exceso de estas resulta agobiante, pues uno no alcanza a dimensionar el montón de buenos momentos que se pierden mientras se está concentrado en un par de tomas que generen muchos likes en redes sociales y se olviden pasadas las 24 horas (lo que dura la historia de Instagram). No pierdan esa conexión con la realidad que nos rodea, pues los momentos más memorables de nuestra vida están fuera del alcance de las cámaras.
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