Lo primero a aclarar es que este no es un escrito que salga de la emoción, mucho me gustaría pensar que la solución a la crisis en Venezuela podría ser resuelta en democracia. Pero, todo lo contrario, la democracia es la gran perdedora, pues lo que yo avizoro aquí es un acuerdo, muy similar en Colombia al pacto celebrado en Sitges que dio origen al Frente Nacional y cuyas consecuencias todavía padecemos, en donde gobierno y oposición salen inmensamente beneficiados, y la sociedad venezolana perjudicada. Y lo segundo, es que esta es mi opinión de cosas que veo e intuyo, y que puede ser libremente refutada.
Desde las multitudinarias protestas en 2014 en Venezuela se creyó que era cuestión de meses para que el gobierno del PSUV, que encabeza Maduro, se cayera. Las estrategias mediáticas y diplomáticas de muchos países, efectivas hasta cierto punto, pasaron por el desconocimiento de las elecciones del 2018, sanciones económicas, cercos diplomáticos, ayudas humanitarias, una presidencia paralela que fue legitimada en más de un tercio de los países del mundo, una orden de captura vigente sobre el actual presidente y los reflectores de todo el mundo puestos allá. El acorralamiento contra el gobierno era evidente, y las soluciones eran complejísimas frente a la cascada de problemas que había como hiperinflación, escasez de absolutamente todo, éxodos masivos, corrupción rampante en todas las ramas del poder, fronteras controladas por la mafia, un sector petrolero paralizado, apagones, persecución política, represión brutal, mejor dicho un Estado totalmente fallido.
Entrados ya en el 2020, con la pandemia, la traumática salida del presidente Trump y la invasión rusa a Ucrania, los reflectores de la geopolítica desaparecieron de Venezuela y se concentraron en otros lados. En el 2021, por razones que aún no son del todo claras, reapareció una Venezuela que no se veía en décadas, con una economía que empezaba a dar una que otra señal de recuperación, que fueron captadas por intrépidos fondos de inversión alrededor del mundo. Las marchas multitudinarias parece que eran cosa del pasado, y la razón es que, en su momento, leí uno que otro artículo que decía que la gente en Venezuela sencillamente se resignó a hablar y hacer política.
En el 2022, con la elección del presidente Petro en Colombia, se da un vuelco a la estrategia diplomática con Venezuela, y se pasó del cerco diplomático del expresidente Duque al restablecimiento de relaciones entre los dos países y la titánica tarea de reconstruir desde cero las mesas de negociación entre un gobierno desprestigiado y una delegación opositora venezolana que se encuentra rota por dentro. Ya se dio un primer paso la semana pasada con la Cumbre de Venezuela en Colombia, opacada por la supuesta poca voluntad de negociar de Maduro las múltiples contradicciones de la delegación opositora, la que quedó incluso con más fisuras con el intento de saboteo de Juan Guaidó a la cumbre.
A pesar de esto, yo sí creo que habrá un acuerdo final entre gobierno y oposición venezolana, con muchos obstáculos, pero que resulte en unas elecciones más o menos legítimas en el 2024, con la salida de Nicolás Maduro del poder (junto con una amplia inmunidad para él) y la muy segura alternancia del poder entre opositores y oficialistas, y será Estados Unidos, a través del presidente Petro, quien más presione por pactar y respetar lo acordado. Es más, a este punto, considero que Estados Unidos estaría dispuesto a generar concesiones mucho más amplias al gobierno venezolano, considerando incluso la libertad de Alex Saab, justificada en un acuerdo de cooperación con la justicia de ese país, pues a hoy hay evidencia suficiente de que Saab viene colaborando desde mucho antes de su captura. Vamos por partes.
El cambio de foco geopolítico que menciono arriba le ha jugado algunas malas pasadas a Estados Unidos, lo que hace que hoy esté optando por actuar de manera muy adelantada, tratando de prevenir unas dificultades en materia internacional a largo plazo. Arrancando desde finales de 2020 y comienzos del 2021, mientras los reflectores del mundo estaban entre cubrirle los pasos impredecibles a la pandemia y la tortuosa salida de Trump del poder, hubo un hecho que pasó de agache en el mundo, o por lo menos que tomó a los Estados Unidos con cierta sorpresa, y esto fue el resultado del crecimiento del PIB de China, que, muy a pesar de ser este el país del origen de la pandemia, y uno de los más estrictos en cuanto a las medidas de contención de la misma, su crecimiento fue y ha sido alto y sostenido. Es una situación, que no puede pasar de agache, tampoco es de alarmarse, pues el ritmo de crecimiento chino ha sido común desde hace muchos años.
Ahora bien, el liderazgo del dólar americano en las transacciones internacionales es indiscutible, y la sucesión de varios hechos internacionales lo ha fortalecido más y más desde la pandemia. Aunque han pasado hechos que pueden llegar a nublar su indiscutible poderío. Insisto, a hoy esto no tiene mucha relevancia, pero a futuro la incertidumbre puede llegar a ser mucha, y algo en lo que los Estados Unidos no están dispuestos a ceder, pues hay recientes anuncios, que provienen más que todo desde Rusia, en los que dicen que muchas de sus transacciones entre países como China, India y Brasil se empezarán a realizar en otro tipo de divisas, ya sea el rublo ruso (poco conveniente por su inestabilidad) o el yuan chino (aún menos conveniente dada la apreciación o depreciación artificial de China con su moneda). Ahora, la economía rusa es insignificante, inestable, incluso mafiosa, y de seguir en la avanzada contra Ucrania, posiblemente se termine resquebrajando, lo cual termina siendo hasta cierto punto irrelevante para los gringos, de todas formas, no deja de alarmarles a ellos. Tal y como lo dice un titular en la revista The Economist: “el dólar es el aún el rey, pero quienes quieran evadirlo, están encontrando maneras para lograrlo.”
Siendo Rusia una economía insignificante, Brasil un Estado actualmente frágil y carente de protagonismo mundial, como lo era hace unos 15 años, ¿qué país, relevante como lo es China, puede ser potencialmente un evasor de las transacciones en dólares? Ese actor es Arabia Saudita. Las relaciones internacionales de los árabes no son fáciles de entender, en el caso de Arabia Saudita, es un socio muy estratégico de los Estados Unidos, así como un líder incuestionable dentro de importantes organizaciones como la OPEP. Para los presidentes americanos, la visita a la casa real de los Saúd es casi que obligatoria. Los árabes, a pesar de su posición de socios estratégicos, actúan como una rueda suelta y cometen acciones que, en el caso de cualquier otro país, complicaría al máximo las relaciones diplomáticas. Por ejemplo, el país árabe aborrece a Israel y no teme manifestarlo abierta y públicamente, también reconciliaron recientemente sus relaciones con Irán, que es un enemigo declarado de Estados Unidos, al interior del país se violan constantemente derechos, algo más importante, la mayoría de sus transacciones comerciales no son hechas con Estados Unidos, son con China. Por esta razón, tener un socio de ese calibre interesado en hacerle el quite a las transacciones en dólares con China en productos como el petróleo, que representa casi 40 millones de dólares al año, deja de ser una preocupación menor.
Además, Arabia Saudita lidera la cooperación de los países del golfo pérsico, que la integran países como Catar, Kuwait y los Emiratos Árabes, que si bien lo que los une no es más que el islam, han aprendido paulatinamente a actuar en bloque. Los países del golfo no son mercados grandes, pero pesan mucho por la cantidad de dinero y recursos que poseen, solo un ejemplo de eso es que los envíos de remesas entre Emiratos Árabes e India son los más altos del mundo, superados solo por las transacciones de este tipo entre Estados Unidos y México. Tener la puerta abierta para que semejante cantidad de transacciones se puedan realizar en otras divisas como el dirham emiratí o la rupia india es un golpe a la soberanía del dólar. En últimas, las divisas son un reflejo de cómo están los países en materia económica y política.
Y es la soberanía del dólar americano en un futuro a largo plazo lo que tiene a Estados Unidos en una campaña de reorganización de aliados estratégicos, eso explica el renacimiento de las relaciones bilaterales con Colombia y esa campaña será la que marque el futuro de lo que va a pasar en Venezuela, pues siendo este el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, y con una industria con potencial de recuperación, pues precisamente conviene a Estados Unidos tenerla a su lado y no bloquearla del todo para obligarla a transar en otras divisas y ampliar más los caminos para evitar el dólar americano.
Por esta razón considero que el acuerdo entre gobierno y oposición verá la luz, pues Estados Unidos está dispuesto a ceder mucho con tal de lograrlo, y dicho acuerdo no será para nada democrático, pues estará lleno de condiciones que garanticen la alternancia entre ambos poderes durante cada elección, cuotas burocráticas en las instituciones, y, lo peor de todo, la salida tranquila e impune de Nicolás Maduro, quien pasó de ser el sujeto más aborrecido de las gentes de América Latina a ser el sujeto con más suerte de la historia, pues logró sortear años de estallido social, un bloqueo económico y una ilegitimidad, y tendrá, a futuro, una amplia inmunidad.
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